sábado, 25 de febrero de 2017

Eligiendo las vacaciones

Ya hemos contratado las vacaciones para este verano. ¡Por fin! Después de dos semanas de horas y horas de búsqueda, tanto en casa como en la agencia de viajes, puedo decir: ¡habemus vacaciones! Tarea nada fácil la de elegir el destino perfecto. Y cuánto quebradero de cabeza, madre mía. Quizá este año nuestro problema has ido ese, pretender organizar unas vacaciones perfectas. ¿Realmente existen? Lo empiezo a dudar, la verdad. A no ser que estés dispuesto a gastarte una millonada, está complicada la cosa.

Lo primero fue: ¿a dónde vamos? El año pasado estuvimos en Canarias y no queríamos repetir, así que al principio descartamos las islas, pero luego pensamos: ¿qué más nos da, si vamos a otra isla? Así que buscamos un hotel estupendo y tan contentos. Pero la idea no nos terminaba de convencer, pensábamos que iba a ser un viaje parecido al del verano anterior, así que nada, que no, cabezones nosotros, que queríamos otro sitio. Pensamos en Baleares y ale, destino decidido, una preocupación menos.

En este punto fue cuando acudimos a la agencia. La chica ya nos avisó que para el tipo de vacaciones que queríamos (hotel tipo resort para no movernos mucho, playa cerca…) Baleares no era la mejor opción, que mejor Canarias. Y nosotros, seguíamos cabezotas, que no. Así que otra vez manos a la obra, a buscar. En algunos momentos llegamos a desesperarnos: que si la zona no nos gusta, que si el hotel es demasiado pequeño, o muy anticuado… Qué fijación tienen algunos con las colchas y las cortinas en azul y amarillo. ¡Horror! A eso nos negamos. Llegó un punto en el que pensamos que pedíamos demasiado, que quizá no era posible conjugar una buena zona con un hotel decente. Incluso volvimos a plantearnos lo de Canarias. Pero que no, que nos negábamos. 

Finalmente hemos dado con algo que nos gusta, pero renunciando al hotel “perfecto”. El que hemos escogido no es exactamente lo que buscábamos, pero está bastante bien, hay que reconocerlo. Hay veces en las que todo no puede ser, ¿qué le vamos a hacer? Ay... qué complicadas pueden ponerse las cosas cuando buscas la perfección y qué mal se pasa cuando eres como yo, perfeccionista y exigente. Cuesta conformarse, pero no siempre se puede conseguir lo que uno quiere, tal como lo quiere. Así que toca resignarse y disfrutar de unas vacaciones “casi perfectas”. A ver el año que viene...

jueves, 16 de febrero de 2017

Miedo


¿Quién no tiene miedo a algo, por ejemplo, temor ante una situación desconocida o a sufrir dolor física o emocionalmente? Creo que muy pocas personas pueden contestar que no a esa pregunta. Suertudos ellos. Yo tengo miedos, muchos y, según me voy haciendo mayor, siento que tengo más. Qué horror. La verdad es que es un sinvivir, para mí y sobre todo para el pobre de mi marido. Porque yo soy de las que me desahogo quejándome. ¡Ay, pobrecito mío!

Vale, reconozco que soy una agonías. Angustias me han dicho alguna vez que debería llamarme. No me hubiera ido mal el nombre, qué va. Lo malo de ser así es que corres el riesgo de entrar en un círculo vicioso en el que el más mínimo problema se convierte en la mayor de las preocupaciones. Y cuanto más nerviosa estás, más te afecta todo, y viceversa. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola. ¿Y cómo se sale de eso? Que me relaje, me suelen decir. ¡Ja! Como si fuera tan fácil. Sé perfectamente que cuando algo me angustia tengo que relajarme, distraer la mente, pensar en otras cosas… bla, bla, bla... Pero precisamente porque ese algo me preocupa, soy incapaz de dejar de pensar en ello.

Ayer tenía que hacerme una prueba médica a la cual iba bastante nerviosa, más por desconocimiento que por otra cosa, que dolerme sabía que no me iba a doler. Llego al sitio y el siempre tan amable personal de Osakidetza, en vez de tratarme con un poquito de consideración, que viéndome nerviosa hubiera sido lo suyo, me empieza a meter prisa, ya que era la última de la mañana. Yo expliqué que estaba muy nerviosa y que me dejaran relajarme un poco. Pues ahí que viene la enfermera con una inyección en la mano dispuesta a pincharme. Y mira que las agujas no me dan miedo, siempre y cuando no las mire, ni tan mal. Yo desvistiéndome y la enfermera, que debía de tener mucha prisa por irse a comer, erre que erre con la dichosa inyección. Y yo que no, que me deje relajarme. Al final me hizo caso y se marchó, torciendo el gesto, eso sí.

Una vez puesta la inyección y a punto de empezar la prueba, “ay mujer, que esto no es nada”, me decían. “Pues no será nada para ti”, pensaba yo, “yo estoy cagada de miedo”. Ellos están acostumbradísimos a hacer eso a diario y saben que no es nada, pero a quien no se lo ha hecho nunca y, además, es tan aprensivo como yo, pues se le pone el corazón a mil por hora. Boca seca, temblor de piernas, y el corazón saliéndoseme del pecho. Así empecé la prueba. Veinte minutos después estaba fuera y tan tranquila. Como me habían dicho, no había sido nada, pero eso lo supe después, antes de empezar no me hubiera fiado ni de mi padre.

Salí enfadada e indignada. ¡Éstos tienen el tacto en el culo!, pensaba. No es la primera vez que voy a un médico más nerviosa de lo que ellos entienden como “normal” y tengo que aguantar prisas, malas caras o el típico “ay chica, tranquila”. ¿Acaso creen que si pudiera estar tranquila estaría allí al borde de la taquicardia? Insensibles de mierda. Esto pasa más en Osakidetza, que como vamos “gratis” parece que les fastidia y que no pueden ser amables. Que probablemente el médico al que vas pagando se esté cagando en todos tus muertos igualmente, pero al menos lo disimula y pone buena cara. Eso ayuda cuando vas a una consulta acojonada, un poquito de comprensión, por favor. Y que expliquen bien las cosas, con paciencia. Yo que cuando estoy nerviosa soy de preguntar lo mismo cinco veces seguidas, pues entiendo que al médico le puede llegar a desesperar un poquito, pero es lo que hay, evidentemente no lo hago por fastidiar, que parece que es lo que piensan algunos. Además de tratar enfermedades, los médicos también tienen que saber llevar al paciente con un poquito de mano izquierda. Deberían. Tanto en la sanidad pública como en la privada habrá de todo, no quiero generalizar, aunque por mi experiencia podría, la verdad.

Ojalá fuera sencillo controlar los miedos, poder respirar y calmarnos en los momentos de angustia. Algunas veces lo es, pero otras muchas no. La mayoría, diría yo. Porque cuando algo te da miedo, te da miedo y punto. Lo que para mí puede ser la mayor tontería del mundo es probable que a ti te ponga de los nervios. Y yo puedo estar histérica ante algo que a ti te provoque risa. Habría que comprenderse ¿no? Pues no, no lo hacemos. ¿Por qué la gente no entiende esto? ¿Por qué muchas veces criticamos o menospreciamos los miedos de otra persona? ¿Por qué nos cuesta tanto tener empatía con los demás? En fin, que el miedo es libre y sobre todo es irracional, así que aprendamos a comprender y respetar incluso lo que no entendemos, que todos tenemos lo nuestro.