lunes, 10 de febrero de 2014

Cuento: Martín y el pirata Cejasblancas

Martín era un niño de ocho años al que le encantaba leer historias de piratas. Tenía muchos cuentos, pero su preferido era uno que le habían regalado cuando era muy pequeño. Trataba sobre Cejasblancas, un pirata bueno que tenía un barco muy grande y vivía un montón de aventuras en el mar. Martín leía todas las noches ese cuento y le encantaba soñar con Cejasblancas cuando se quedaba dormido.  

Una noche, cuando el papá de Martín apagó la luz y se marchó de la habitación, él cogió una linterna que tenía en la mesilla y se puso a leer el cuento debajo de las sábanas. Se quedó dormido antes de terminarlo y, sin que se diera cuenta, Cejasblancas sacó un brazo de las páginas del libro y tiró del pijama de Martín para llevarlo dentro del cuento.

Cuando Martín se despertó se dio cuenta enseguida de que estaba en el barco pirata. Al principio se asustó, pero luego se puso muy contento cuando vio a Cejasblancas:

– ¡Hola! –dijo Martín, con una gran sonrisa en la cara–. ¿Qué hago aquí?

–¡Hola Martín! Como te gusta tanto mi cuento te he traído para que me acompañes en una de mis aventuras –le contestó el pirata.

–¡Yupi! –exclamó Martín–. ¿Y qué vamos a hacer?

–¡Vamos a buscar un tesoro! –le explicó Cejasblancas.


Le enseñó un mapa que llevaba a una isla mágica. Allí había escondido un tesoro y, si lo encontraban, podrían pedir un deseo. Enseguida se pusieron en marcha rumbo a la isla, les esperaba un día entero navegando y no querían perder tiempo. Cuando llegaron y bajaron del barco, Martín vio que las flores, los árboles, los animales, la arena… ¡eran de chocolate! Le gustaba mucho el dulce y se puso contentísimo porque allí podría comer todo lo que quisiera. Cogió una concha de chocolate blanco que había en la playa y se la llevó a la boca.

–¡No, Martín! ¡No te la comas! –le gritó Cejasblancas mientras se la quitaba de la mano–. Este chocolate es mágico, igual que la isla, y si te lo comes te convertirás en un niño de chocolate tú también.

–Pero... ¡no es justo! Me gusta mucho el dulce y todo esto seguro que está riquísimo –dijo Martín.

–¡Claro que sí! Pero si quieres seguir siendo un niño de carne y hueso más vale que no te lo comas –le explicó el pirata.

–Está bien… –refunfuñó Martín.
 

Miraron el mapa del tesoro, que decía que tenían que subir la montaña que había al lado de la playa. Era muy alta y tuvieron que andar mucho, pero después de un rato por fin llegaron arriba, donde vieron un paisaje muy bonito, con un montón de árboles, plantas y flores. Todo parecía muy rico y Martín, que ya empezaba a tener hambre, quería comérselo, pero se acordó de que tenía que aguantarse las ganas si no quería ser un niño de chocolate.

Lo siguiente que tenían que hacer era buscar un árbol muy grande con flores de color azul. Dentro de su tronco estaba escondido el cofre con el tesoro. Miraron todos los árboles pero no vieron ninguno que tuviera las hojas azules, todas eran verdes o amarillas.

–No lo vamos a encontrar nunca –dijo Martín, triste.

–No pierdas la esperanza Martín, seguro que está por aquí –le contestó Cejasblancas.


Siguieron buscando, pero el árbol no aparecía. Ya no sabían dónde mirar, habían recorrido todos los rincones de la montaña y no había ni rastro del árbol. De repente, vieron un puente en el que no se habían fijado antes. Se acercaron y descubrieron que al otro lado estaba el árbol de las hojas azules. Por fin lo habían encontrado, pero tenían que cruzar el puente y a Martín le daba miedo porque estaba bastante roto y se movía mucho de un lado a otro.  

Cejasblancas le dijo que no se asustara, que lo iban a cruzar juntos y no le pasaría nada. Le dio la mano y los dos corrieron al otro lado. Cuando llegaron, el pirata se acercó al árbol de las hojas azules y se puso a buscar el cofre dentro de un agujero que había en el tronco. Era tan grande que casi podía meterse dentro. Mientras, Martín se sentó a descansar un poco. A su lado vio una fuente por la que salía chocolate líquido y olía tan bien que no pudo evitar beber un poco. Cuando Cejasblancas se dio cuenta y quiso evitarlo ya era demasiado tarde, Martín se había convertido en un niño de chocolate.

–¡Oh, no! –gritó llorando–. ¿Qué voy a hacer ahora?
 

Cejasblancas acababa de encontrar el cofre del tesoro y se le ocurrió usar el deseo para que Martín se convirtiera otra vez en humano. Tenía que escribirlo en un papel y meterlo dentro del cofre, y así lo hizo. Se sentó al lado de Martín a esperar y como estaba muy cansado, se quedó dormido. Al rato, unas voces le despertaron:

–¡Despierta Cejasblancas! Soy un niño otra vez, ¡me has salvado! –gritaba Martín, contentísimo.

–¡Bien, bien! –le dijo Cejasblancas mientras le abrazaba. Estaba muy triste pensando que no volvería a verte.
 

Iniciaron el camino de vuelta. Esta vez, Martín tuvo mucho cuidado de no comer nada, pues no quería volver a ser un niño de chocolate. Cuando llegaron al barco ya se había hecho de noche, así que cenaron y se fueron a la cama. Aunque tenía mucho sueño, a Martín le costó un poco dormirse, no podía dejar de pensar en todo lo que le había pasado ese día. Estaba deseando ver a sus amigos para contarles lo bien que se lo había pasado buscando el tesoro con el pirata Cejasblancas. Al final, imaginando cuántas aventuras más viviría con su nuevo amigo, se durmió.  

A la mañana siguiente Martín se despertó en su habitación. Tenía el cuento y la linterna a su lado, entre las sábanas. ¿Ha sido un sueño la aventura de la isla mágica?, se preguntó. Al levantarse de la cama vio que tenía los pies manchados de chocolate. ¡Todo había sido verdad! Se puso muy contento porque había conocido al pirata Cejasblancas. Desde entonces serían amigos para siempre.

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