viernes, 28 de febrero de 2014

Indefensión ante abusos laborales

Es vergonzosa la situación laboral que está sufriendo cada vez más gente en este país. Dos ejemplos reales: 
  • Un trabajador tiene una discusión (por el motivo que sea) con uno de los jefes de la empresa en la que trabaja, y al día siguiente de la disputa le comunican que está despedido.
  • Una persona que trabaja en una empresa propiedad del Señor X y le mandan a trabajar a otra empresa, también propiedad del Señor X, perdiendo su antigüedad. La alternativa: despedirle y pagarle una indemnización. Esta persona, si quiere seguir llevando un sueldo a casa, tiene que renunciar a la antiguedad que se ha ganado con su trabajo de años. Es un abuso pero, estando la cosa como está, como para decir que no.

Ese es el principal problema que mucha gente tiene hoy día, que es tan necesario llevar dinero a casa todos los meses, que se aceptan condiciones de trabajo abusivas: bajadas de sueldo, horas extra obligatorias que no se pagan... y cualquier otra imposición bajo amenaza de despido. Y claro, la gente tiene tanto miedo a quedarse sin empleo que acepta casi cualquier cosa, a pesar de la impotencia de verse víctima de una injusticia. Cada vez son más los que van a trabajar agachando la cabeza y casi sin mirar a los ojos al jefe, no sea que le parezca que le han mirado mal y les mande a la calle. Puede parecer exagerado pero para nada lo es. No digo que en todos los trabajos suceda eso, pero cada vez son más los jefes déspotas que se aprovechan del miedo de los empleados para abusar de ellos laboralmente hablando, y a los que no les tiembla la mano a la hora de deshacerse de los empleados molestos. Es increíble que con la de cosas que se han conseguido a lo largo de un montón de años de lucha se esté volviendo a semejante precariedad laboral.

No hay derecho a que haya gente en tales situaciones. Es evidente que no todos los trabajos tienen que ser maravillosos y es imposible que todo el mundo vaya súper feliz a trabajar, lógicamente hay personas descontentas con sus trabajos, que no les gusta lo que hacen, pero lo hacen para obtener un sueldo a cambio y punto. Pero que la gente vaya con miedo a trabajar por el temor a ser despedidos me parece algo demasiado grave a lo que alguien debería poner freno. Que digo yo que si ésto lo sé yo, lo saben lo que tiene poder para pararlo. El problema es que esas personas miran para otro lado y en vez de velar por los trabajadores, prefieren dar facilidades a esos que amenazan con despedir, para que en caso de cumplir sus amenazas, lo tengan más facil que nunca y no les haga mucho daño en el bolsillo.

sábado, 22 de febrero de 2014

El desarme de ETA, de risa

El viernes la Comisión Internacional de Verificación (CIV) ofreció una rueda de prensa asegurando que ETA ha sellado recientemente una "cantidad determinada de armas y explosivos". Al terminar el comunicado, Ram Manikkalingam, líder del grupo de verificadores, hizo público un inventario con el total del material retirado. Vi el anuncio en directo y, al terminar, mi primera impresión fue que se trataba de un gran gesto por parte de la banda terrorista. Pero mi entusiasmo duró poco. Unos minutos después la cadena inglesa BBC emitió un vídeo que mostraba la entrega "parcial" de armas. Me quedé atónita al ver el arsenal sellado, todo encima de una mesa: cuatro armas, dos granadas, 300 balas, dieciséis kilos de material detonante y nueve detonadores. ¿Esto es lo que le queda a ETA?, me pregunté. Según las fuerzas de Seguridad, la banda aún tiene al menos 250 pistolas como las entregadas y miles de kilos de material. De ser así, la cantidad entregada resulta ridícula. Para más inri, los verificadores han declarado hoy mismo que los dos miembros de ETA que aparecen en el vídeo mostrando las armas, se las volvieron a llevar prometiendo no usarlas. Qué poco serio.

Hay quienes opinan que hay que ver el lado positivo y la buena intención de ETA, que es de alabar el paso que han dado y que ahora le corresponde al Gobierno dar el siguiente paso. Si así se hiciera estaríamos hablando de una negociación con la banda y es aquí donde surge la polémica: ¿Se debe negociar con terroristas, por mucho que muestren una actitud afable? En la calle hay opiniones para todos los gustos, están los que perdonan fácilmente y creen que todo el mundo merece una segunda oportunidad y quienes ven imposible perdonar los asesinatos de ETA.  Nuestros políticos, por una vez, están casi todos de acuerdo. Tanto el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, como representantes de otros grupos, ven insuficiente el gesto de la banda y les exigen que simplemente desaparezcan, sin intermediarios de por medio. No se debe despreciar una entrega de armas, aunque sea parcial y ridícula, como esta, que finalmente ha quedado en una simple declaración de intenciones, pero cierto es que si realmente la pretensión de ETA es eliminar su arsenal sería tan fácil como que se deshicieran del mismo de una sola vez.

Manikkalingam pidió al Gobierno que coopere en el proceso de desarme de ETA no realizando detenciones y no poniendo obstáculos, confiando para ello en la palabra de los terroristas. Estos señores verificadores dicen tener mucha experiencia en resolución de conflictos pero cuanto más les veo más me parecen actores de una cámara oculta en la que tratan de tomarnos el pelo. En referencia a la petición de no arrestar a nadie, me pregunto: suponiendo que ETA de verdad quiera deshacerse de todas sus armas, ¿basta con eso para obviar los asesinatos cometidos en el pasado? Creo que la desaparición -o desarme por el momento de la banda- no elimina la obligación de pagar por sus delitos. Alguien me ha dicho recientemente algo con lo que no puedo estar más de acuerdo: si ETA por fin quiere hacer las cosas bien, desarmarse y desaparecer como banda terrorista, lo que tienen que hacer sus miembros es entregarse a las autoridades y cumplir la pena que les corresponda. Y por supuesto pedir perdón,  aunque a las víctimas no les sirva de mucho, pero deben hacerlo. Después de esto, ya hablamos.

lunes, 17 de febrero de 2014

En el deporte, cero violencia

El pasado sábado un insensato lanzó un bote de gas lacrimógeno en El Madrigal, cuando Villarreal y Celta disputaban un partido de fútbol. La consecuencia fue cientos de personas con picor en ojos y garganta, la paralización temporal del encuentro y el desalojo del campo. Y pudieron ser peores. Varios expertos han asegurado que ese tipo de gas únicamente lo pueden adquirir el ejército y la policía, por lo que muy probablemente el que lo tiró lo obtuviera de forma ilegal en el mercado negro.

Hay quienes culpan del incidente a un insuficiente control por parte de los vigilantes de seguridad de El Madrigal. Pero ¿cómo van a cachear a los 25.000 aficionados que caben en ese campo, o registrar sus bolsas o mochilas? ¿Y en un estadio como el Bernabeu o el Camp Nou, con capacidad para casi 100.000 espectadores? Tendrían que empezar a revisar a la gente horas antes del comienzo del encuentro, algo imposible, por lo que habitualmente se hace de forma aleatoria.

Para mí, el único responsable de lo sucedido es quien tiró el bote. Él decició hacer lo que hizo y nadie más que él debería responder por ello. Se está hablando de una posible multa para el Villareal que puede llegar hasta los 650.000 euros, pero es más que probable que finalmente la sanción será mucho más pequeña y aquí no ha pasado nada. Así ha pasado otras veces: 3.000 euros al Barça por un mecherazo a Roberto Carlos en 1997, 6.000 euros al Valencia por el lanzamiento de una moneda a un linier en 2006 o 9.000 euros y dos partidos al Betis por un botellazo a Armando, portero del Athletic de Bilbao, en 2008.

Si las sanciones son así de ridículas -pagar unos pocos miles de euros no supone nada para los clubes- los indeseables que cometen este tipo de agresiones no tienen el más mínimo miedo a repetirlas. Es cierto que si se castiga al club pagan todos los aficionados, pero como ha dicho hoy el periodista José Apezarena en un programa de La Sexta, si los castigos fueran mucho más fuertes (cerrar el estadio un mes o dos, por ejemplo) serían los propios hinchas los que vigilarían que no vuelvan a pasar actos violentos como el sucedido este fin de semana en El Madrigal.

Hace pocos días viví una experiencia que, sin llegar a tanto, me causó una enorme pena. En un partido de fútbol sala de juveniles (16-17 años), en el que había bastante rivalidad entre los dos equipos, varios aficionados del club visitante se dedicaron durante gran parte del encuentro a calentar a los propios jugadores, animándoles a realizar entradas y aplaudiendo las mismas cuando sucedían. Era muy evidente que no habían ido a ver el partido, si no a crear polémica y buscar pelea. Es muy triste que haya gente que acuda a un evento deportivo para cosas de estas. En el deporte, deportividad ante todo y cero violencia.

jueves, 13 de febrero de 2014

El poder del pueblo

En este país parece que cuando elegimos un Gobierno lo hacemos para que nos dirijan y manden durante al menos cuatro años. Así es como suceden las cosas: cuando hay elecciones se vota y el partido elegido se cree con potestad para hacer y deshacer mientras dure su legislatura. Hacen y cambian leyes, recortan de donde pueden -y de donde no, también-, toman decisiones sin dar explicaciones... 

¿Debería ser esto así? Creo que la mayoría contestará que NO. Opino que votar a un determinado partido político no significa tener que comulgar con todo lo que diga o haga y, mucho menos, que sus dirigentes puedan hacer lo que les venga en gana sin que nadie les tosa. Muchos se escudan en que han sido elegidos de forma democrática en las urnas y que por eso no entienden que la gente proteste.

Si así fuera no existirían las mociones de censura, ni podrían hacerse manifestaciones o huelgas de carácter político. Seríamos como borregos que diríamos amén a todo lo que el político de turno decidiera imponer. Eso se llama dictadura, y hace tiempo que, por suerte, dejamos ese capítulo atrás. Aunque a más de un@ le gustaría que fuera así.

El asunto es tan sencillo como que, cuando un político lo hace mal, cuando una amplia mayoría está descontenta con sus actuaciones y lo demuestra en la calle, como está sucediendo últimamente, su obligación es dimitir. Porque no olvidemos que los políticos no son nuestros dueños, todo lo contrario, están a nuestro servicio y su obligación es -o debería ser- buscar nuestro bienestar, no imponer sus normas, nos gusten o no. Es evidente que a todos no se puede contentar, pero cuando tanta gente se queja...

Por ejemplo, la que se está liando con la Ley del Aborto no es normal. A Gallardón le importa poco que miles de personas salgan a la calle a protestar, que miembros de su propio partido se opongan a esa ley, él mira hacia otro lado y sigue adelante con su reforma. Hasta que no lo consiga no va a parar, aunque media España se le eche encima. Hay que reconocerle el valor al hombre, eso sí.

En otros países europeos es común que cuando un político hace algo mal, dimita. Uno de los últimos casos es el del ministro de inmigración británico, que renunció hace unos días al saberse que su empleada de hogar estaba en el país de forma ilegal. Otro caso: hoy mismo se ha sabido que Enrico Letta, primer ministro italiano, presentará mañana su dimisión tras votar la mayoría de miembros de su partido por un cambio de Gobierno. Esto en España no pasaría ni en sueños, aquí nuestros políticos no se van ni con agua hirviendo. 

En definitiva, votar a alguien no significa otorgarle libertad total y abosulta y, ya que parece que es lo que pretenden imponernos con la mayor de las desvergüenzas, tocará protestar y protestar hasta que vean que no pueden hacer con nosotros lo que se les antoje. Ya que la oposición y demás grupos políticos ladran pero no muerden nada, está en las manos de los ciudadanos decir basta. A los gobernantes les elige el pueblo y si el pueblo no está contento ¡fuera!

lunes, 10 de febrero de 2014

Cuento: Martín y el pirata Cejasblancas

Martín era un niño de ocho años al que le encantaba leer historias de piratas. Tenía muchos cuentos, pero su preferido era uno que le habían regalado cuando era muy pequeño. Trataba sobre Cejasblancas, un pirata bueno que tenía un barco muy grande y vivía un montón de aventuras en el mar. Martín leía todas las noches ese cuento y le encantaba soñar con Cejasblancas cuando se quedaba dormido.  

Una noche, cuando el papá de Martín apagó la luz y se marchó de la habitación, él cogió una linterna que tenía en la mesilla y se puso a leer el cuento debajo de las sábanas. Se quedó dormido antes de terminarlo y, sin que se diera cuenta, Cejasblancas sacó un brazo de las páginas del libro y tiró del pijama de Martín para llevarlo dentro del cuento.

Cuando Martín se despertó se dio cuenta enseguida de que estaba en el barco pirata. Al principio se asustó, pero luego se puso muy contento cuando vio a Cejasblancas:

– ¡Hola! –dijo Martín, con una gran sonrisa en la cara–. ¿Qué hago aquí?

–¡Hola Martín! Como te gusta tanto mi cuento te he traído para que me acompañes en una de mis aventuras –le contestó el pirata.

–¡Yupi! –exclamó Martín–. ¿Y qué vamos a hacer?

–¡Vamos a buscar un tesoro! –le explicó Cejasblancas.


Le enseñó un mapa que llevaba a una isla mágica. Allí había escondido un tesoro y, si lo encontraban, podrían pedir un deseo. Enseguida se pusieron en marcha rumbo a la isla, les esperaba un día entero navegando y no querían perder tiempo. Cuando llegaron y bajaron del barco, Martín vio que las flores, los árboles, los animales, la arena… ¡eran de chocolate! Le gustaba mucho el dulce y se puso contentísimo porque allí podría comer todo lo que quisiera. Cogió una concha de chocolate blanco que había en la playa y se la llevó a la boca.

–¡No, Martín! ¡No te la comas! –le gritó Cejasblancas mientras se la quitaba de la mano–. Este chocolate es mágico, igual que la isla, y si te lo comes te convertirás en un niño de chocolate tú también.

–Pero... ¡no es justo! Me gusta mucho el dulce y todo esto seguro que está riquísimo –dijo Martín.

–¡Claro que sí! Pero si quieres seguir siendo un niño de carne y hueso más vale que no te lo comas –le explicó el pirata.

–Está bien… –refunfuñó Martín.
 

Miraron el mapa del tesoro, que decía que tenían que subir la montaña que había al lado de la playa. Era muy alta y tuvieron que andar mucho, pero después de un rato por fin llegaron arriba, donde vieron un paisaje muy bonito, con un montón de árboles, plantas y flores. Todo parecía muy rico y Martín, que ya empezaba a tener hambre, quería comérselo, pero se acordó de que tenía que aguantarse las ganas si no quería ser un niño de chocolate.

Lo siguiente que tenían que hacer era buscar un árbol muy grande con flores de color azul. Dentro de su tronco estaba escondido el cofre con el tesoro. Miraron todos los árboles pero no vieron ninguno que tuviera las hojas azules, todas eran verdes o amarillas.

–No lo vamos a encontrar nunca –dijo Martín, triste.

–No pierdas la esperanza Martín, seguro que está por aquí –le contestó Cejasblancas.


Siguieron buscando, pero el árbol no aparecía. Ya no sabían dónde mirar, habían recorrido todos los rincones de la montaña y no había ni rastro del árbol. De repente, vieron un puente en el que no se habían fijado antes. Se acercaron y descubrieron que al otro lado estaba el árbol de las hojas azules. Por fin lo habían encontrado, pero tenían que cruzar el puente y a Martín le daba miedo porque estaba bastante roto y se movía mucho de un lado a otro.  

Cejasblancas le dijo que no se asustara, que lo iban a cruzar juntos y no le pasaría nada. Le dio la mano y los dos corrieron al otro lado. Cuando llegaron, el pirata se acercó al árbol de las hojas azules y se puso a buscar el cofre dentro de un agujero que había en el tronco. Era tan grande que casi podía meterse dentro. Mientras, Martín se sentó a descansar un poco. A su lado vio una fuente por la que salía chocolate líquido y olía tan bien que no pudo evitar beber un poco. Cuando Cejasblancas se dio cuenta y quiso evitarlo ya era demasiado tarde, Martín se había convertido en un niño de chocolate.

–¡Oh, no! –gritó llorando–. ¿Qué voy a hacer ahora?
 

Cejasblancas acababa de encontrar el cofre del tesoro y se le ocurrió usar el deseo para que Martín se convirtiera otra vez en humano. Tenía que escribirlo en un papel y meterlo dentro del cofre, y así lo hizo. Se sentó al lado de Martín a esperar y como estaba muy cansado, se quedó dormido. Al rato, unas voces le despertaron:

–¡Despierta Cejasblancas! Soy un niño otra vez, ¡me has salvado! –gritaba Martín, contentísimo.

–¡Bien, bien! –le dijo Cejasblancas mientras le abrazaba. Estaba muy triste pensando que no volvería a verte.
 

Iniciaron el camino de vuelta. Esta vez, Martín tuvo mucho cuidado de no comer nada, pues no quería volver a ser un niño de chocolate. Cuando llegaron al barco ya se había hecho de noche, así que cenaron y se fueron a la cama. Aunque tenía mucho sueño, a Martín le costó un poco dormirse, no podía dejar de pensar en todo lo que le había pasado ese día. Estaba deseando ver a sus amigos para contarles lo bien que se lo había pasado buscando el tesoro con el pirata Cejasblancas. Al final, imaginando cuántas aventuras más viviría con su nuevo amigo, se durmió.  

A la mañana siguiente Martín se despertó en su habitación. Tenía el cuento y la linterna a su lado, entre las sábanas. ¿Ha sido un sueño la aventura de la isla mágica?, se preguntó. Al levantarse de la cama vio que tenía los pies manchados de chocolate. ¡Todo había sido verdad! Se puso muy contento porque había conocido al pirata Cejasblancas. Desde entonces serían amigos para siempre.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Ayudas sociales sin control

Hoy he visto en la prensa la siguiente noticia: "Bélgica expulsará a 300 españoles por ser una carga para el Estado". Los motivos, llevar en el paro más de un año y no buscar empleo de forma activa. Dicen los belgas que esto supone un gasto en ayudas sociales que el país no puede asumir. Quizá esta medida es un tanto drástica ya que, en muchas ocasiones no es fácil demostrar que se está buscando trabajo, pero hay demasiada gente que cobra ayudas -no solo en Bélgica- y se acomoda tanto que deja de buscar empleo. Eso no debe permitirse. Yo lo veo a mi alrededor prácticamente a diario, no es difícil escuchar comentarios del tipo "ese trabajo no me merece la pena porque quedándome en casa cobro más". Qué pena.

Mucha culpa de esta situación la tienen quienes dan las ayudas, que no ejercen ningún control. Cuando hace ya más de dos años me quedé sin trabajo, en la oficina de empleo me dijeron que, una vez concedida la ayuda, alguien se pondría en contacto conmigo para tener una entrevista y comprobar que buscaba trabajo y cómo lo hacía. Creo que es lo justo cuando te están ayudando económicamente. Pues bien, me concedieron la ayuda y nunca nadie me llamó. Meses después terminé de cobrar la ayuda y nadie se había preocupado por saber si buscaba trabajo o si estaba en mi casa viendo la televisión. 

Otra cosa que tampoco controlan es lo que hace la gente con las ayudas. Hay muchas personas que cobran subsidios y se pasan el día en el bar o se pegan vacaciones de lujo. Y de buscar trabajo nada de nada. Pienso que si alguien necesita ayudas para vivir no debería permitirse que se gaste ese dinero en gastos innecesarios. De acuerdo que todos tenemos que tener tiempo de ocio y que no podemos estar todo el día encerrados en casa para no gastar, pero de ahí a malgastar, que es lo que mucha gente hace, hay un trecho. Si se controlara esto, cuánto dinero se ahorraría para poder dárselo a quien lo necesita de verdad.

No sé cómo será en Bélgica o en otros países europeos, pero en España el tema de las ayudas está muy descontrolado. Muchísima gente cobra subsidios mientras por otro lado está trabajando sin contrato. Y claro, cobrando por ambas parte. Estas personas se benefician de ayudas que no deberían estar recibiendo, mientras miles de familias tienen a todos sus miembros sin trabajar y no cobran absolutamente nada. O mientras jubilados tienen que mantener a toda la familia con pensiones bajísimas que no suben porque no hay dinero. Si yo sé esto, es evidente que las autoridades también, por lo que no comprendo por qué no hacen nada para evitar una situación tan injusta.

Nos pueden parecer malos los belgas por expulsar a los españoles que suponen una carga para el Estado pero pensándolo friamente, ¿es justo que quienes llevan allí toda la vida mantengan a los que acaban de llegar y no aportan nada? Mucha gente en España se queja de lo mismo cuando vienen extranjeros a nuestro país. La ley permite las estancias de más de tres meses en un país de la Unión Europea siempre que no se represente "una carga excesiva para el sistema de ayuda social del país de acogida". Pienso que es algo comprensible y es lo que ha llevado a Bélgica a expulsar a esas personas, cosa que España, sin duda, no hace.
Para las estancias más prolongadas la libertad se condiciona a no representar una carga excesiva para el sistema de ayuda social del país de acogida.

Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2025434/0/rumanos-bulgaros/espanoles-expulsados/belgica-ranking/#xtor=AD-15&xts=467263